Unos 2.000 hexágonos. Pueden
parecer muchos, incluso demasiados… La
paciencia no me da para semejantes contabilidades. Casi cualquier cifra se
desvanece de mi cabeza en 3, 2, 1, 0…
Prefiero contar sensaciones porque éstas se entrelazan con las telas y pasan a formar parte de la colcha. Cada vez que me acurruque debajo de ella,
los recuerdos me arroparán y protegerán como abrazos.
Sobremesas de té, pastitas y
series de televisión, lluvia tras los cristales en invierno, ronquidos de Lola,
horas muertas en vacaciones recortando papelitos hexagonales al sol, viajes a
la nieve con libros, un estuche repleto de pétalos con los que ir montando la
margarita de hexágonos en una especie de “me-quiere-no-me-quiere”
a la inversa.
El largo proceso del acolchado
finalizó hace unas semanas. Aprovechando un soleado fin de semana, de esta
primavera tan escasa en cielos azules, la fotografié en el campo.
Tengo ganas de recuperarme
totalmente y cámara en mano pasear largamente capturando momentos. Por ahora, he de conformarme con estos experimentos de carácter más casero.