Ahora que se ha ido, recuerdo historias
que le contaba cuando era una cachorra redondita y peluda. Le decía que los
perritos no vienen de París, que nacen en una berza pequeñita. Le aseguraba que
había tenido una mamá de cuatro patas pero que luego, cuando vino a vivir a casa, yo me convertí en su única mamita. Ella me
miraba con cara inocente y adorable y me daba lametones: “lo que tú digas
amita”.
En los últimos años retoqué ligeramente la
historia de su nacimiento. Era tan tan buena y cariñosa que sólo podía haberse
caído de una nube. Y ahora que ya no está, me digo para consolarme, que Lolita
ha vuelto a su nube en cielo de los perros. Ese cielo que espero exista, porque
quisiera reservar una plaza para mí y para mis seres queridos.
Recuerdo como le enseñé a ser respetuosa con
los muebles de casa, y lo entendió tan bien que sólo destrozó la cesta de
navidad de mimbre en la que dormía. Por las mañanas me encontraba los restos
del banquete nocturno. Otras veces, al verse sorprendida en plena acción destructora,
me miraba con ojos redonditos que parecían decír: “mi casita no entraba en el trato
no?”.
En el parque, comentaban la rareza de su
tamaño. Despertaba tiernos sentimientos con sus largas orejas y el aleteo de las pestañas. Era como un dibujo
animado de Disney. Durante todos estos años he inventado nombres cariñosos para
ella, hemos compartido paseos, tardes de sol en los bancos del parque, cenas con película, siestas en el sofá arropadas con una única mantita…
Inolvidable Lolita mía.
Isabel Allende ante la pregunta de un entrevistador, respondía que
su perfume favorito era el olor de su perro. Suscribo la respuesta. Lola
desprendía un aroma a amor, a entrega, a fidelidad, a todos esos tópicos que en
su caso son verdad absoluta.
Quise compartir con ella hasta el último
segundo, hasta el último latido. Siento que el cordón que nos une no se romperá
nunca. Me asalta una descabellada angustia al pensar que cuando
despierte del sueño eterno se va a asustar al no verme. Intento
tranquilizarme, seguro que su nube tiene vistas a mi corazón y se sentirá segura
y querida “por siempre jamás”.
Y así
es como deben acabar los cuentos Lolita mía, vuelve tranquila a tu nube algodonosa a
roncar feliz pancita arriba. Te quiero tierna y profundamente “por siempre jamas".