Nunca me ha gustado conducir sin
embargo, es un placer ejercer de copiloto escuchando música, contemplando el
paisaje o descabezando pacíficas siestas. El sábado fuimos al mercadillo de
Santoña. El paisaje de la marisma a los lados de la carretera tiene una belleza
especial. Antes de llegar al pueblo hay una pequeña desviación a la derecha que
lleva a un monasterio. Siempre hacíamos planes de parar a la vuelta del
mercado, pero por una razón u otra nunca lo habíamos hecho.
La mañana invitaba al paseo así que le
dije a mi marido: hoy es el día. El monasterio no es visitable, pero bajamos las
escaleras, seguimos un sendero rodeado de agua y nos sentamos en silencio en las
rocas. Algunas brillaban al sol y las amontoné sobre una piedra más grande.
Maggie olisqueaba sin entender mi interés. Le hice una caricia en su cabecita
curiosa por no explicarle que, hasta una pequeña piedra encierra belleza. No creo que lo entendería.
Volvimos al coche despacio, agradeciendo el día de
sol. De camino corté unas siemprevivas, dos ramitas de hinojo y tres hojas de
helecho. En el pórtico tras las rejas abiertas, había un pequeño mercadillo
solidario con libros y otros objetos a la venta para las misiones capuchinas. Me
sorprendió encontrar una edición de de "Las Mil y Una Noches" de
1.952. Dejé mis monedas y volvimos a casa.
Tras un té y un par de pastelillos me
puse a arreglar el desaguisado de unos bloques que no acababan de cuadrar.
Deberían haber medido 15 cm pero por razones que escapaban a mi
conocimiento (como a Maggie con las piedras) ninguno era igual a otro.
Desquiciante. Sobre todo porque los bloques hechos con paper foundation encajan
siempre.
Mientras me cepillaba los dientes se
me encendió la bombilla. Los patrones se imprimieron con distintas impresoras y
si no se especifica el tamaño, la copia puede diferir del original en varios
milímetros. Ojalá los hubiera medido antes de empezar, me habría ahorrado
descoser 12 bloques.
No me quejo, algunos días son casi
perfectos.